Publicado en NATIONAL GEOGRAPHIC VIAJES. Noviembre 2008. BOLIVIA (Texto: Edmundo Paz Soldán, Fotografías: Rubén Darío Azogue)
El país de los Andes es uno de los más reconocidos y sorprendentes del continente sudamericano. El viaje dese La Paz descubre volcanes, lagos salados, selva tropical, misiones coloniales y la cultura de los antiguos incas.
Enclavado en el corazón de América del Sur, Bolivia se asienta sobre la columna vertebral del continente, los Andes. Por el occidente, el país abarca buena parte del Altiplano andino- la segunda meseta más grande del planeta- mientras que por el oriente, se alarga hasta tocar la cuenca del Amazónas. El recorrido más completo empieza con la vista puesta en los volcanes del departamento de La Paz y acaba en la espesura tropical del Parque Nacional Amboró.
El vestíbulo de esta nación tan diversa es La Paz, sede del gobierno –la capital es Sucre- y una de las ciudades más altas del mundo, a 3.600 metros de altitud. Como el aeropuerto se halla a 400 metros más arriba, en la zona de El Alto, los efectos del “soroche” o mal de altura no empiezan a desaparecer hasta que se desciende hacia el centro urbano. De pronto, la meseta se abre y deja lugar a un gran hoyo rodeado por montañas de colores entre azulados y rojizos. En el fondo y en las paredes de este valle hay casas de vivos colores, calles adoquinadas y estrechas, edificios modernos al lado de iglesias coloniales, y elevándose por encima de la ciudad, el imponente y siempre nevado pico Illimani (6.462 m).
En las calles del centro se advierte la mezcla entre los descendientes de los aimaras precolombinos y los conquistadores españoles que la fundaron en 1.548. Las mujeres aimaras, vestidas con faldas abultadas de gran vuelo y sobrero bombín, atienden puestos con todo tipo de productos, desde fruta, verdura y ropa en el barrio de San Pedro, hasta hierbas medicinales y amuletos para ofrecer a la Madre Tierra o Pachamama en el mercado de las Brujas.
VALLES TROPICALES
El departamento de La Paz tiene otros atractivos además de su ciudad principal. Una de las zonas más interesantes es el área de los Yungas, un valle de bosques frondosos que se localiza a 90 kilómetros al norte de La Paz, en el inicio de la cuenca amazónica. Lo primero que sorprende es el contraste entre el paisaje árido y el clima seco altiplano, y el verdor y el ambiente cálido de los Yungas. A pesar de la cercanía, no es fácil llegar: el camino angosto, las curvas contínuas y los barrancos vertiginosos convierten el viaje en una ruta de casi cuatro horas de duración. Para gozar con las vistas y olvidarse del trazado de la carretera, lo mejor es contratar una visita guiada en La Paz y dejar que conduzca un chofer experimentado.
Las poblaciones de referencia son Coroico, en el norte, y Chulumani, en el sur. Esta última es el lugar más recomendable para conocer la cultura de la coca, la planta que desde milenios cultivan y consumen –se masca- los indígenas andinos y cuyas plantaciones se ven desde el mismo pueblo.
Coroico es más conocida, principalmente porque, las últimas décadas, ha surgido una infraestructura hotelera de primer nivel y una oferta de actividades que incluyen, entre otras, caminatas hasta cascadas y rutas a caballo. Como curiosidad, cerca de Chulumani se encuentran las aldeas de Tocaña y Chicaloma, cuna de la cultura afroboliviana, pues aquí se refugiaron los africanos que escaparon de las minas de Potosí.
De vuelta a La Paz, conviene dedicar los siguientes días a visitar el lago Titicaca desde la ciudad de Copacabana, emplazada 150 km al norte y comunicada por la carretera Panamericana. El Titicaca, el lago navegable situado a mayor altitud del planeta, ocupa casi 9.000 kilómetros cuadrados, repartidos entre territorio boliviano y peruano. Los indígenas lo consideran sagrado por la leyenda que sitúa en una de sus islas, la del Sol, el lugar donde aparecieron Manco Kapac y Mama Ocllo, fundadores del imperio Inca. La otra isla, la de la Luna, es más pequeña; ambas pueden visitarse en barca desde Copacabana.
La Basílica de Nuestra Señora de Copacabana, del siglo XVII y construida en el estilo barroco mestizo, es el emblema arquitectónico de esta ciudad fundada a orillas del Titicaca boliviano. Aunque su máximo encanto son las aguas azul intenso del lago, tan extenso que al contemplarlo uno tiene la impresión de hallarse ante un mar interno.
A la vera del camino que lleva de vuelta a La Paz, varios restaurantes ofrecen platos andinos a base de trucha y carne de llama. En la zona también es posible apreciar cómo se construyen las resistentes balsas de totora.
POR EL DESIERTO DE SAL
El departamento de Potosí alberga uno de los parajes más bonitos del país: el salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del planeta. Desde La Paz la mejor opción es llegar en avión a Sucre y luego seguir por carretera hasta la población de Uyuni, cuyo Museo Arqueológico y Antropológico ofrece una introducción a la historia geológica y humana en la zona. El salar de Uyuni, denominado Tunupa por los indios aimaras, es un lago seco de 12.000 km2, mayor que el Titicaca. Su belleza es literalmente cegadora, pues el reflejo del sol puede llegar a quemar la piel. Quienes trabajan allí utilizan gafas oscuras y no dejan sin cubrir ni un centímetro de su cuerpo, una recomendación extensible a todos los visitantes. La extracción salina data de tan antiguo como las caravanas de llamas, que desde hace más de 3.000 años transportan la sal a los valles orientales para cambiarla por maíz o coca.
Con tanta planicie blanquecina alrededor, es fácil extraviarse sin un buen guía. Los itinerarios más habituales por el salar duran de uno a dos días, pero conviene dedicarle entre cuatro y seis jornadas para tener tiempo de alcanzar los lugares más alejados.
A casi 60 kilómetros de Uyuni, en pleno salar, se encuentra el hotel Playas Blancas, cerca de la población de Colchani y que tiene la particularidad de estar construido con bloques de sal. Su emplazamiento ha recibido críticas por parte de organizaciones naturalistas que defienden la prohibición de construir en territorio salino. Existen otros hoteles de sal en las ciudades de Colchani y en Tahua.
Una vez pasado el pueblo de San Juan, a cien kilómetros de Uyuni, se llega a la Reserva Nacional Eduardo Avaroa. La inmensa área abarca cumbres de 6.000 metros de altitud, volcanes apagados, salares y varias lagunas. La más impactante es la Colorada, llamada así por las algas rojizas del fondo. Este territorio de aspecto desolado es el hogar de vicuñas –camélido menor que la llama y la alpaca–, suris –parecido al avestruz– y tres variedades de flamencos.
El camino principal de la reserva atraviesa el área Sol de Mañana, una zona de pozas de barro hirviente, fumarolas y géisers que expulsan columnas de agua hasta los cincuenta metros de altura. Unos kilómetros más adelante, ya en la frontera con Chile, aparece la laguna Verde, cuya coloración se debe al magnesio. Desde el mirador que hay en su orilla, el volcán Licancábur (5.868 m) muestra su cara más accesible, punteada siempre por algún grupo de montañeros dispuestos a alcanzar el cráter, lugar sagrado para los incas.
LA COLONIAL POTOSI
De nuevo en Uyuni, el viaje toma rumbo nordeste hacia Potosí, Sucre y las misiones jesuíticas de Santa Cruz. Emplazada a 4.100 metros de altitud, Potosí llegó a ser una de las ciudades más habitadas del mundo en los siglos XVI y XVII, gracias a la riqueza de sus minas de plata, que fueron foco de atracción para centenares de aventureros y emprendedores. Potosí se convirtió en símbolo de riqueza para el imperio español, e incluso Miguel de Cervantes introdujo en El Quijote el dicho «vale un potosí» –de gran valor–, una expresión que ha perdurado hasta nuestros días.
De toda aquella riqueza quedan hoy las calles angostas, flanqueadas por casonas coloniales con balcones de hierro. En el casco antiguo se contabilizan por lo menos cien portadas con ornamentos de piedra o ladrillo estucado; son de estilo renacentista o barroco, aunque también las hay de aire francés.
Un paseo tranquilo conduce hasta las más notables, como la Casa de las Recogidas en la calle Bolívar, con tres portadas de mampostería; o las alegorías sobre el amor y el pecado de la calle Millares 56.Otros lugares de visita imprescindible son la iglesia de San Lorenzo, cumbre del barroco mestizo en Bolivia, y el Convento de Santa Teresa, donde se exponen algunos cuadros de Melchor Pérez de Holguín, el gran pintor de Potosí que, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, legó una importante obra religiosa a su ciudad natal.
En la fría y ventosa Potosí abundan las leyendas sobre la codicia del hombre y las minas de plata. En algunas está permitido el acceso y adentrarse por sus galerías resultan una experiencia indispensable para entender la forma de vida y el carácter de Potosí.
Las agencias proporcionan la vestimenta adecuada pero, además, hay que llevar hojas de coca, cigarrillos y cartuchos de dinamita –se venden en muchos establecimientos–
Como obsequio a los mineros y al Tío, una estatua de yeso que se encuentra a la entrada de la mina y que es su custodio.
El Tío es un caso fascinante de sincretismo cultural, pues su origen se remonta a creencias precolombinas, que luego se fusionaron con el demonio del catolicismo; los mineros son católicos y creen en Dios, pero a la hora de internarse en una mina adoran a una versión mestiza del diablo. Un par de horas de trayecto separan Potosí de Sucre, la capital boliviana. A pesar de actuar como encrucijada entre el norte, el sur y el oriente, es unaciudad bonita, con un casco antiguo de estilo colonial muy bien conservado, repleto de casas señoriales, iglesias y conventos renacentistas, y un interesante museo sobre la tradición textil indígena.
MISIONES DE SANTA CRUZ
El avión es el transporte más cómodo y rápido para desplazarse de Sucre a Santa Cruz
–en el oriente–, el motor de la economía boliviana. La primera diferencia que se aprecia respecto al altiplano atiende al clima y la vegetación: esto es el trópico, han desaparecido los lagos secos, los cactus y los cerros nevados; aquí abundan los bosques selváticos y los ríos. El Parque Nacional Amboró y las misiones jesuíticas en la región de la Chiquitanía constituyen los principales reclamos de este departamento.
La zona debe su nombre a los indios chiquitanos que habitaban este territorio. En la segunda mitad del siglo XVII, llegaron misioneros jesuitas con el propósito de evangelizarlos de forma pacífica y con el arte como pilar central. Los jesuitas aprovecharon el talento natural de los chiquitanos para el tallado en madera, y diseñaron iglesias que hoy son Patrimonio de la Humanidad; por otro lado, utilizaron la música para difundir la palabra de Dios. En este empeño fue clave el padre Martin Schmid, un suizo que fundó un taller de construcción de violines, arpas y otros instrumentos en 1730. Los chiquitanos no sólo fueron grandes artesanos, también compusieron destacadas obras de música barroca. Hoy todo ese pasado se recuerda en el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca, que se lleva a cabo cada dos años durante el mes de mayo.
Son siete los pueblos donde se localizan las iglesias jesuíticas: San Javier, San Ignacio,
Concepción, San Miguel, San Rafael, SantaAna y San José. Lo más recomendable es ir por carretera de Santa Cruz a San Javier –a 230 kilómetros de distancia–, la primera misión fundada por los jesuitas en 1691, y después trazar una ruta circular hacia el este para visitar las otras misiones.
TERMAS DE AGUAS CALIENTES
Después de saborear un plato a base de carne de vacuno, acompañado de pan de arroz o de cuñapé, un panecillo elaborado con queso y harina de yuca, es más que aconsejable tomar un baño termal. La oportunidad aparece a catorce kilómetros de San Javier, en pleno bosque, en las piscinas de Aguas calientes. Uno puede bañarse ahí hasta muy tarde en la noche, y sentir que se halla en plena comunión con la naturaleza. Es un aperitivo excelente para la última etapa del viaje por Bolivia, el Parque Nacional Amboró, a unos cien kilómetros de Santa Cruz. Con 442.500 hectáreas de extensión, esta reserva presenta la mayor diversidad de flora y fauna de Bolivia gracias a sus distintos ecosistemas: bosques nublados, helechos gigantes, orquídeas; más de 800 especies de aves, oso jucumari, paraba, jaguar, puma... El agua es el mayor tesoro deAmboró, con cuatro ríos que lo atraviesan (Piraí, Guendá, Ichilo y Surutú) y que forman cascadas como la de Macuñucú, con cuarenta metros de caída. Un final de viaje en plena selva.